20 de marzo de 2010

New World XX

  En las paredes colgaban las fotos sus antecesores en el cargo, todos tenían esa pesada carga en sus rostros. Cuatro habían pasado antes que él desde que se había instaurado el Gobierno Único Mundial, el hacía el quinto, en su caso era ya la cuarta generación de político profesional en su familia. El que había llegado más alto había sido precisamente él, su padre fuera el último Presidente del antaño todo poderoso país conocido como Estados Unidos de América; su padre llevaba ya tiempo muerto, asesinado en Washington por un antiguo colaborador que se había sentido traicionado por la desaparición de lo que allí consideraban algunos el país elegido por Dios para llevar la democracia al resto del planeta. Sentado en el sillón presidencial miraba para las paredes, sin saber muy buen porque estaba en aquel inmenso despacho de más de cien metros cuadrados, recordaba de niño jugando en la Casa Blanca, hoy un museo que apenas si tenia un par de docenas de visitantes nostálgicos del pasado, viendo a su padre reunirse con otros mandatarios de países diversos, pidiendo favores a la gran superpotencia mundial, las reuniones al más alto nivel con la otrora poderosa China, los tejemanejes detrás de bambalinas, de yo te doy y tu me das. Su destino estaba marcado desde que había nacido, estudio Derecho y Ciencias Políticas en las mejores Universidades, y poco a poco guiado por su padre fue escalando posiciones dentro del organigrama del partido, hasta que fue nombrado embajador ante la ONU. Nunca llego a elegir su destino, otros lo hicieron por él. Su antaño frondosa cabellera morena, ahora dejaba paso a cada vez menos pelo, y este siempre teñido para que no se viesen sus canas.

  En la ONU lo conoció y  enseguida quedo prendado de su verbo fácil, y de su discurso de unión de todos los pueblos bajo un único gobierno, las soluciones se aplicarían al momento, sin la intervención de terceros gobiernos, una ONU pero con verdadero poder para decidir y actuar. Aquel pequeño hombre que conociera años atrás lo había situado en el puesto más alto que nadie jamas había soñado, ahora si se podía decir que era el hombre más poderoso del planeta, como antes lo habían dicho de su padre. Pero solo él aglutinaba todo el poder de millones de seres humanos. Himmler le miraba directamente a los ojos, aquellos ojos pequeños parecían saber en todo momento lo que él pensaba. Las bolsas en sus ojos eran evidentes, las horas de sueño eran escasas, sabía que aquel día llegaría. El día en el cual todos los pecados y principalmente el de la soberbia pedirían su pago. Los papeles estaban sobre su mesa, los miraba una y otra vez, los pasaba de un lado a otro, como si haciéndolo así fuesen a desaparecer solos, era un imposible pero lo deseaba. Si no eran los papeles, ojala pudiera él desaparecer. Notaba aquellos pequeños y fríos ojos sobre su persona, esperando el momento en que él firmarse los papeles, en cuanto estampase su rubrica todo habría acabado, y  él daría paso a lo que llevaba sospechando hacía mucho tiempo, que solo había sido una figura de cera para que cuando hiciese falta el telón subiese y se descubriese la verdad. La manipulación, el engaño y la mentira que había llevado a la creación de aquel Nuevo Mundo, de aquella sociedad perfecta, solo había sido el plan maestro de una mente perversa del siglo XX, que por causas para él desconocidas tenia sentado al otro lado de la mesa. Cogió lentamente la pluma, la sintió muy pesada como si el deseo de muchas personas hiciesen fuerza para que no firmarse, para que no condenase al mundo a una era de oscuridad y de maldad, para que lo horrores y errores del pasado no volviesen. Garabateó su firma en todas y cada una de las hojas que tenía en la mesa, daba plenos poderes al hombre que le miraba fijamente, no podía imaginar que en aquel pequeño cuerpo pudiera tener tanta maldad, John Okpresh IV acababa de firmar el final del planeta tal y como se conocía.

- Bien John, lo has hecho muy bien. No te preocupes, tu familia y tu estaréis bien, eres el Presidente y lo seguirás siendo mientras cumplas con tu cometido.  
- Eres un hijo de puta y lo sabes, desde el principio lo tenias todo preparado y planeado. Este es el final para muchos millones de personas...
- No John. Estas muy equivocado este es el principio para muchos millones de personas, este es el principio de la era dorada de la humanidad, solo yo les puedo llevar al siguiente nivel, y ahora es el momento y la ocasión propicia. Tendrán que acostumbrarse a algunas cosas, a unos retoques pero nada más, si cumplen con todo lo que se les mande, pues todo ira sobre ruedas.
- ¿Y que pasara con los que se te opongan?
- Esta todo preparado, seran reeducados, nada ni nadie me apartaran de mi destino. La Thule-Gesellschaft esta lista desde hace mucho tiempo, al principio salio mal, pero ahora no, ahora todo saldrá a la perfección.
- ¿Que demonios es la Thule-Gesellschaft? Estas loco, alguien pondrá freno y fin a esto.
- ¿Y quién sera ese alguien John? Nadie puede hacer nada, yo soy el verdadero dueño de todo y de todos, nadie puede ya pararme, nadie. En su rostro se adivina todo el odio que llevaba acumulando durante  varias décadas escondido a las sombras de otros, manejando los hilos desde atrás, desde su despacho, controlando el flujo de la información que llegaba y salia, desde mucho era él quien decía lo que los demás debían oír, escuchar o leer. Todos eran sus peones y los controlaba a su antojo, ahora era el momento de coger los mandos de lo que consideraba suyo, de lo que había organizado desde el fin de la II Guerra Mundial. Ahora la victoria sería suya, y nada, ni nadie le impediría hacerlo.




   Hacía tiempo que no dormía tan bien, el disgusto de ver a su marido en aquella camilla y enganchado a aquellos cables que atravesaban su cuerpo, había conseguido un efecto sedante en ella. Se levanto y se sentó en la cama, Henna sabía que su vuelta a la ciudad sería complicada ya que los partes policiales de búsqueda y captura se habían multiplicado en las últimas horas, pero tenia que buscar Lewis y rescatarlo de donde quisiera que fuera que estuviese. En ese momento Shalako entro corriendo en la habitación, el sofoco por la carrera apenas si le permitía articular palabra alguna.

- ¡Shalako! ¿Que ocurre?
- Tie... tienes que venir rápidamente Henna, algo a ocurrido...  los mayores están reunidos en la en la plaza... tiene... tienes que venir. La niña doblada por la mitad y apoyando sus manos en las rodillas, se la veía alterada por alguna razón. Henna cogió los pantalones que tenia a los pies de la cama y se los puso rápidamente saliendo de la habitación, las escaleras que llevaban al piso inferior parecían como no existir, todas las dependencias estaban vacías, al salir a la calle vio reunidos a todos los adultos, se arremolinaban en torno a la entrada del edificio donde estaba el ordenador, unos empujaban a otros. Durante los días que allí había pasado nunca los viera nerviosos por nada, ni por nadie. Era cierto que apenas si había cruzado una o dos palabras con ellos, desconocía el motivo pero parecía que la única con la que realmente podía hablar era con Shalako, pero todo aquello era demasiado anormal, hasta para ellos. Reconoció a Kaletaka delante de la puerta del edifico, apartando a los otros se acerco a ella.

- ¿Que demonios ocurre Kaletaka? La cogió por el brazo derecho, ella le miro, sus ojos estaban completamente negros, la oscuridad que de ellos emanaban la asusto, haciéndola retroceder un par de pasos.
- Hola Henna, a comenzado, es el fin. Hoy es el principio del fin, que nuestros ancestros nos predijeron. El mal se adueño de todo el poder...
- ¿El mal? ¿A que te refieres Kaletaka? Las personas muy lentamente se fueron apartando como si ya no les importase nada, en ese momento Henna se fue acercando a la puerta del edificio, dentro había cuatro o cinco personas sentadas en el suelo, con la cabeza entre las piernas sin saber que decir o hacer. En la pantalla del ordenador se veía a un hombre de aspecto serio, el pelo muy corto y de amplia frente, embutido en un uniforme negro. Anunciaba la disolución del Parlamento Mundial, y que a partir de ahora el Presidente John Okpresh delegaba todo el poder en un hombre desconocido, del que solamente habían dicho su nombre Heinrich. Él tenía todo el poder y todo pasaría desde ese mismo instante por sus manos. El mensaje se repetía una y otra vez, como si fuese un bucle pregrabado. Henna se sentó delante del ordenador, justo en ese momento se interrumpió la imagen.

- Jerry, ¿eres tú?
- Si Henna, soy yo. Lentamente la imagen se fue aclarando dejando paso a la imagen de Jerry en el monitor. Se le veía dentro de su coche, detrás de él, las carreras eran continuas. Las sirenas de la policía no hacían más que sonar, y las personas se les veía apretar en el paso entrando en sus portales.
- ¿Que ocurre Jerry? ¿Que demonios ha pasado?
- Himmler se ha puesto al mando de todo, no se la razón pero creo que esto no debía ocurrir, al menos no ahora. Todo esto esta ocurriendo demasiado deprisa.
- Venme a buscar, y no me vengas con idioteces, hay que encontrar a Lewis antes de que sea demasiado tarde, y tenemos que acabar con esto, aunque creo que es una tarea demasiado grande para nosotros, pero si no hacemos nada todo esto se nos ira de las manos.
- No creo que sea buena idea...
- No me vengas con gilipolleces Jerry, no se si es buena o mala, pero es la única que tienes. O vienes tu a por mi, o me iré sola a la ciudad.



5 de marzo de 2010

New World XIX

- ¿Donde estoy?, ¿porque no puedo abrir los ojos? Los pensamientos se le juntaban en la cabeza, sabía que estaba prisionero. Recordaba ser detenido acusado del asesinato de Carlton, veía a su mujer Henna llorando en una esquina de la casa, mientras la Policía Política se lo llevaba. Los interrogatorios habían sido numerosos, las preguntas sin sentido, preguntando por donde se encontraban los katchinas le habían dejado sin palabras. Y luego las drogas, y a partir de ahí nada. Notaba como intentaban leerle los pensamientos, aunque desconocía como lo hacían. Pero en su mente solo tenía sitio para preguntas sin respuestas y para Henna, realmente toda su preocupación era ella, su mujer y lo que estaría pasando con su desaparición. Intento mover un brazo, pero noto que este no le respondía, una punzada de dolor recorrió todo su cuerpo como si unos cables le atravesaran de lado a lado. Se concentro, intentando relajarse. Su mente comenzó a funcionar como por ella misma, y allí la vio. De nuevo la visión de aquella extraña muchacha que se le había aparecido en el Supra Tren.

- Relájate Lewis, intenta dominar tus miedos, es necesario que salgas de aquí. Si no lo haces morirás, y no es tu momento, debes venir conmigo. Noto el roce de su mano en la suya, aunque sabía que ella no era real, al menos no lo era fuera de su cabeza.
- ¿Quién eres?, no entiendo nada. Se que estoy prisionero, por algo de lo que soy inocente...
- Debes venir conmigo Lewis, aún no es tu momento.
Sus ojos eran completamente blancos, la muchacha de no más de doce años, fue acercando su mano hacia la frente de Lewis, este noto dos latigazos en su cerebro, el dolor era indescriptible pero sus gritos de dolor no se escucharon en ningún lado. Su cuerpo se retorcía pero sin poder moverse, los músculos tenían continuos espasmos, y de repente, la oscuridad. Todo quedo negro, Lewis se giró en todas las direcciones pero no se veía ni la nariz, todo estaba en su mente.  No supo de donde venían, pero a lo lejos escucho dos disparos, de nuevo intento levantar un brazo y este siguió sin responderle. A su mente comenzaron a llegar las imágenes de un dibujo antiguo, lo recordaba por su cargo de seguridad en el Gobierno, el hombre de Vitruvio de Leonardo da Vinci. 
- ¿Da Vinci?


   Jerry escucho las dos detonaciones que venían de la entrada del edificio, lentamente fue bajando y observo los cuerpos de los dos policías con sendos disparos en la nuca, los dos la tenían en el mismo sitio. Varios pisos arriba se escuchaban las carreras por llegar abajo, lo más aprisa posible, apenas si tenia un par de minutos. Salió por la puerta, y allí no había más agentes, el vacío de la calle era sospechoso pero no tenia más remedio que arriesgarse si quería salir de aquel edificio sin que le detuviesen. Ya en la calle, cruzo rápidamente hasta el edificio más cercano y allí giro a la izquierda perdiendo de vista la Comisaría. Los coches negros de la Policía Política se cruzaban con él sin prestarle atención alguna. Continuo andando sin mirar hacía atrás en ningún momento y sin aparentar ninguna prisa. Las personas se apresuraban a meterse en sus portales, asustadas por los anuncios de la Policía. Jamas se había visto un despliegue tan grandes de fuerzas de seguridad y menos de la sección Política que siempre habían actuado en el mayor secretismo.

 

    La imagen la sacudió de tal manera que tuvo que apoyarse contra la pared, el hombre de Vitruvio estaba allí, en su cerebro. Y con la imagen estaba Lewis, tumbado en una camilla y atravesado por varios cables. El dolor en el cuerpo de su marido le hizo estremecer; las lagrimas afloraron en su rostro y escondió su cara entre sus manos, desde pequeña había odiado que la viesen llorar. La imagen de una muchacha, se le apareció, abrió los ojos y allí estaba la pequeña Shalako cogiendo su mano. La niña no decía nada, solamente la miraba y le cogía la mano. Henna se acerco a la niña abrazándose a ella, y comenzó a llorar la situación la estaba sobrepasando y ahora se estaba dando cuenta que el rescate de su marido sería mucho más complicado.


  Ahora que la cosa esta más tranquila, espero (la esperanza es lo último que se pierde) poder seguir con Henna, Jerry, Lewis, y los tigres más a menudo. Aunque la verdad es que la puñetera silla, es lo más incomodo que parió madre.