28 de junio de 2009

Caronium


Había olvidado lo que era estar en el hogar, añoraba a su amada Pirra y el calor de su tierra. Aquellos lares en los que se encontraba era lo más parecido al fin del mundo. Miro su espada, la famosa espada de Hermes, quién la viera no diría que era una espada regalada por un dios, la verdad es que no lo parecía, nada llamaba la atención en ella. La miro, sabia que le haría falta, se encontraba en las tierras de Geriones, nadie sabia a ciencia cierta quien era este Geriones o Gerión como le llamaban algunos, la leyenda decía que poseía tres cabezas, seis brazos y seis piernas, y una fuerza que sobrepasaba la de su hermanastro Hércules, o así decían. Hércules, su nombre y leyenda era conocido en todo el mundo, las aventuras y proezas corrían más rápidas que el viento, el ya se había acostumbrado y sonreía, cuando escuchaba en las tabernas o posadas muchas de las maravillas que le atribuían a su hermanastro.




El relámpago le saco de sus pensamientos, aquella tierra agreste y dura, pero a la vez bella y fertil, le acogió con lluvia, frío y viento, y así continuaba, pero a peor hoy. El mar, la mar era muy diferente al mar que el acostumbraba a ver desde las ventanas de su hogar, este era un mar salvaje y duro, se refugio entre dos rocas que le daban abrigo del temporal, pocas veces había asistido a algo tan maravilloso, terrorífico y violento a la vez. Los Dioses deben estar enfadados, pensó. Poco a poco la tormenta paso, y a pesar de que la lluvia continuo cayendo consiguió conciliar el sueño, deseaba dormir para ver a su amada Pirra.


Despertó con los rayos del sol, el día se presentaba claro y despejado, por fin pudo observar la península donde paso la noche, apenas la observara la noche anterior, la tormenta le impido ver más allá de dos metros, toda aquella tierra parecía una corona, con constantes subidas y bajadas de los múltiples montes que se veían a lo lejos, a su izquierda vio varias playas con una arena fina, unas cuantas casetas de pescadores se adivinaban cerca de donde estaba, observo que se encontraba en una especie de entrada a un rió o una ría, vio una pequeña isla donde unos rebaños pastaban en las fertiles tierras que se adivinaban. Se estiro y comenzo la bajada que le llevaría al pequeño pueblo, escondió la espada bajo sus ropajes pasando el manto por encima de ella. Íficles no sabia lo que se encontraría allá abajo, solo sabia que estaba en las tierras de Gerión y eso era peligroso si llegaba a saber que se encontraba allí el hermano de Hércules.


No tardo en recorrer los escasos metros que le separaban de una pequeña playa que se situaba antes que las dos principales y más grandes. El pescador le vio llegar y adivino que se trataba de un extranjero, no le gustaban los extranjeros, solían causar problemas con los soldados de Gerión y con su perro Ortro. Siguió preparando sus redes para la faena, el temporal las habría destrozado la noche anterior al llevarlas contra las rocas y desgarrarlas por varias partes. El extranjero era un hombre alto y fuerte, se le veían algunas cicatrices en el cuerpo, el largo pelo y la barba eran ya abundantes, pero eso no era noticia para un hombre curtido en mil batallas contra el mar, noto el peso en uno de los costados del hombre e intuyo que no iría desarmado...

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